

Two Men and a Dummy
Season 3 Episode 4 | 1h 10m 28sVideo has Closed Captions
Raul reacts badly to Ana and Alberto’s romance. Mateo cares for Barbara’s baby.
Raul reacts badly to Ana and Alberto’s romance. Mateo cares for Barbara’s baby. Tensions build between Esteban and Blanca. Rita struggles as Pedro’s mother’s visit wears on.
Problems playing video? | Closed Captioning Feedback
Problems playing video? | Closed Captioning Feedback

Two Men and a Dummy
Season 3 Episode 4 | 1h 10m 28sVideo has Closed Captions
Raul reacts badly to Ana and Alberto’s romance. Mateo cares for Barbara’s baby. Tensions build between Esteban and Blanca. Rita struggles as Pedro’s mother’s visit wears on.
Problems playing video? | Closed Captioning Feedback
How to Watch Velvet
Velvet is available to stream on pbs.org and the free PBS App, available on iPhone, Apple TV, Android TV, Android smartphones, Amazon Fire TV, Amazon Fire Tablet, Roku, Samsung Smart TV, and Vizio.
Providing Support for PBS.org
Learn Moreabout PBS online sponsorship-Oxford se piensa que nos ha destruido y nosotros vamos a volver con más fuerza que nunca.
Con la unión de dos genios, Raúl.
-La unión de dos genios.
Por favor.
Yo compartiendo nombre.
-¿Phillipe Ray es Ana?
-Ha estado diseñando para otra tienda, pero se ve que ahora la quiere en aquí.
-Rita y yo le echamos una mano cosiendo.
-¿Tú crees que saldrá bien?
-Vais a hacer historia.
-Cambia esa cara, ya sabías que esto pasaba.
Ahora lo que importa es que te quedes embarazada.
Y para eso, esta noche te he preparado una sorpresita.
-¿Cómo voy a elegir si no les conozco de nada?
-Cristina Otegui, o te pones en serio con esto de quedarte embarazada o al final vas a tener un niño cuatromesino.
-Clara, lo siento mucho.
-¿Por qué?
Pero si no es culpa tuya, si ha sido cosa de ellas, ¿no?
-Ya.
-Además, es una monada.
¡Víctor!
Soy Clara.
Hola.
Me parece que tú y yo vamos a pasar bastante tiempo juntos.
Pero no te preocupes que nos vamos a llevar muy bien.
-Se le ha caído esto.
-¿Bañarse en la playa de Malvarrosa?
-¿Bailes de salón?
-Bárbara y yo vamos a diseñar la colección de joyas de Velvet.
-Vaya, Bárbara, tú trabajando.
¿Quién te lo iba a decir?
-Menos mal que vamos a estar muy lejos de tu despacho.
Ah, no, si no tienes.
-¡Que viene mi madre!
Rita y mi madre se llevan, son uña y carne.
-¿Qué tal le ha ido el viaje?
-Pues largo, hija, largo.
-Y yo ya no estoy para estos trotes.
-No diga eso, mujer.
Si está usted mejor que nunca.
-Sin embargo, has engordado, ¿eh?
-Don Esteban no ha llegado y hace ya un rato que tenía que haberlo hecho.
-Sí, llamó para disculparse.
Ha tenido una urgencia médica.
-¿Una urgencia médica?
-Gracias por el consejo, pero mi vida es complicada.
-Eso díselo a don Emilio cuando consiga que te despidan.
-Phillipe Ray es Ana.
-¿Qué te pasa?
-Alberto y Ana son amantes.
-No me lo puedo creer.
Pero como yo no me he dado cuenta de nada, si trabajo con ellos todo el tiempo.
¿Con Ana?
-No sé de qué te sorprende.
Esa ratilla olía a trepa desde que salió del pueblo.
-¿Y tú ahora qué vas a hacer, Cristina?
¿En estado?
-Nada.
Alberto no quiere volver conmigo.
Bueno, al menos ha dicho que quiere hacerse cargo del niño.
-Hombre, solo faltaba que se desentendiera también.
Cariño.
Estoy convencido de que Alberto va a volver contigo.
Va a recapacitar.
Y mientras tanto, nosotros vamos a estar a tu lado.
-Gracias.
-No.
No me dé las gracias todavía.
Antes hay algo que tengo que hacer.
-Buenos días.
Vengo a traerte estos diseños que quería enseñarte ayer, pero con tanto paso de claque.
-Buenos días, Ana.
Buenos días, Phillipe.
Como comprenderás, no puedo hacer tratos de favor.
Tengo que saludar a todos mis colaboradores por igual.
-Bien.
Hola, Raúl.
-Buenos días, Raúl.
-¿Cómo no me he dado cuenta antes?
Cristina me lo ha contado todo.
-Si no te hemos contado nada, Raúl, es porque creemos que... -¿Y tú?
Con la pobre Cristina esperando un hijo tuyo.
-Lo que pasa entre nosotros es asunto nu... -¡Y una mierda!
Dime tú ahora cómo voy a trabajar para alguien al que ya no creo.
Dime cómo voy a diseñar una colección con alguien a la que ni siquiera puedo mirar a la cara.
Todo este tiempo juntos, las risas, las confidencias.
Me habéis estado engañando, incluso en París.
Me siento estafado.
-Raúl, deberías escuchar nuestra historia.
-Vuestra historia da asco.
Vuestra historia, vuestra traición.
Me alegra que apuestes tan fuerte por Phillipe Ray.
Porque va a tener que hacer su parte de la colección sin mi ayuda.
Pensaba que con Enrique Otegi fuera de las galerías yo podría empezar a confiar en la gente, pero veo que eso es imposible.
-Hola, Raúl.
-Raúl.
-¿Y a este qué le pasa?
-Raúl, por favor, escúchame.
-Tengo prisa.
-Si escuchas a Cristina también me puedes escuchar.
-Ni se te ocurra compararte con Cristina.
Cristina es una señora, una víctima.
Tu víctima.
Ella sería incapaz de hacer lo que tú has hecho.
-Qué pronto se te olvida lo que te hizo ella.
Siempre hay dos versiones de una misma historia.
-¿Y ahora me la vas a contar?
¿Por qué no antes?
He estado meses trabajando a tu lado.
Te he confiado mis secretos, mis debilidades.
Te lo he confiado todo, Ana.
[timbre de teléfono] Pensaba que eras mi amiga.
-No quiere escucharme.
¿Y ahora qué hacemos?
-No lo sé.
-Phillipe Ray, ¿te lo puedes creer?
-Pues ahora que lo dice, sus vestidos siempre me han parecido un poco de cateta.
-Ay, Bárbara, por favor.
-¿Qué?
Que tampoco es Givenchy.
-Primero se queda con Alberto y ahora también se quiere quedar con las galerías, ¿no?
-Ah, que se crea ella eso.
Ahora Raúl está de nuestra parte, así que es cuestión de tiempo que le envíen un autobús de vuelta a "Villamarrana".
-No me lo puedo creer.
¿Pero tú has visto qué hora es?
Tenemos que preparar la reunión con Valentín Alcocer.
-Ay, Cristina, por favor, que todavía quedan tres horas.
Tenemos tiempo de sobra.
-No, Bárbara, no.
Si queremos afianzar nuestra posición en la empresa, tenemos que demostrar que aquí hay más talento que el de Phillipe Ray.
Ay, es que decir eso me dan ganas de vomitar.
-Pues mira, eso te va a venir fenomenal para fingir el embarazo.
Aunque, dentro de poco no te va a hacer falta.
Toma.
-¿Esto qué es?
-El teléfono de Miguel Serrano.
No pudo venir a la fiesta, pero sabes que siempre ha estado colado por ti.
-Miguel Serrano está casado.
-Ah, ¿y tú no?
Cristina, llámale.
Él se muere de ganas.
Y tú lo necesitas.
-¿Pero a dónde vas, Bárbara?
Que tenemos que trabajar.
-Víctor.
-Sí, perdón, estaba... -En tres horas tenemos la... -Sí, en tres horas es la reunión con don Valentín Alcocer Alcocer.
Hijo del difunto don Vicente Alcocer.
Los proveedores de piedras preciosas.
Buen género, mejor precio.
¿Por qué, quería algo?
-Sí.
Asegúrate de que no nos falta café, agua y unas pastas de las buenas de Pastelería Miranda.
-Eh, perdón.
Tengo que ir muy lejos.
Es que me han... eh... Me robaron.
No dispongo de vehículo en este momento.
-No, no, no te preocupes.
Llama por teléfono y di que son para Cristina Otegi y te las traerán aquí.
-¿De la Pastelería dijo...?
-Miranda.
-Ah.
¿Algo más?
-Sí.
Que te relajes.
-Es que es mi primer día y estoy un poco... -Y el mío.
-Pues, usted parece que lo lleva haciendo toda la vida.
-Lo parece.
Y eso es exactamente lo que necesito de ti.
¿Mmm?
-Mmm.
-Clara.
Necesito el teléfono de la Pastelería Miranda.
-Uy, Pastelerías Miranda.
Donde los pasteles son el doble de caros y están rancios.
Pero bueno, si es el capricho de las señoras.
¿Qué?
¿Cómo va ese primer día?
-No va mal.
Solo espero que no sea el último.
-Seguro que no.
Toma.
-Muchas gracias.
¿Uno de esos puedo traer para mí?
-Claro.
Bueno, va a ser el del año pasado, pero de momento para lidiar con esas dos brujas te sirve.
-¿Brujas?
Pero... No sé.
Yo no las veo tan malas, ¿no?
Al menos a doña Cristina.
-Uy.
Tú no has visto a los depredadores que cuando menos te lo esperas se aparecen y ¡zas!
Qué ojo, ¿eh?
Que no lo digo yo.
Que si quieres, pregunta en el taller.
¿Qué taller?
-¿No sabes dónde está el taller?
Ay, madre mía, pues, sí que estás verde tú.
Anda, ven conmigo.
En tres horas tiene la reunión.
-Ya, pero es que en tres horas tú y yo nos hemos hecho íntimos.
-Bueno, y aquí es donde nace la magia.
Que al principio te puedes hacer un poco de lío con los pasillos, pero ya verás cómo en dos días estás hecho.
-¿Dos días?
Con mi orientación voy a necesitar dos semanas y para conocer el resto de Madrid dos años o dos mil.
-Ya.
-Rita, ven.
-Es que esto no es como Valladolid, ¿no?
-Por suerte mi tío me ha dejado quedarme en su piso, por lo menos hasta que me adapte un poquito.
-Mejor, así te quitas de lo del toque de queda.
-Bueno, comparto habitación con mi primo.
-Pues mira, él te puede enseñar la parte divertida de Madrid.
-¿Mi primo?
-Sí.
¿Qué pasa?
¿Que es muy aburrido?
-Que tiene tres años.
No tiene gracia, sí.
-Rita, él es Víctor.
El nuevo secretario.
Va a trabajar con doña Bárbara y doña Cristina.
-Ay, pobre.
Yo que tú iría a trabajar con una buena ristra de ajos y una estaca, por si las moscas.
-Parece que lo del odio es común en la familia.
Encantado.
-Igualmente, bienvenido.
-¿Y Pedro?
Quiero presentárselo para que se pongan de acuerdo qué hacer con el correo.
-Pues, Pedro ahí sigue, todo el día pendiente de doña Concha.
Ni correo, ni paquetes, ni nada de nada.
Solo tiene ojos para la señora.
-¿Es tu jefa?
-Peor.
Mi suegra.
Si quieres luego te la presento y te la llevas por ahí.
Pero lejos, ¿eh?
-Ya la conocerás.
Ven.
-Es que te podías haber pedido por lo menos un día libre.
-No todos los días viene a verte tu madre.
-Ya le he dicho que no me dan más días libres, madre.
-Ya.
Te los has cogido todos cuando te lo dijo Rita.
-Era el día de mi boda.
-Está claro que cada uno tiene sus preferencias.
-¿Qué hace?
-Pues, cambiando las toallas.
Te las pongo aquí arriba que están más a mano, ¿eh?
-No, no, no, no toque eso, no toque eso.
Rita lo tiene todo muy organizado.
-¿Ah, sí?
-Sí.
-Entonces, ¿por qué no hay ni un solo hueco libre en el armario?
-Porque usted ha puesto toda su ropa.
-Mira, hijo, si molesto, me voy.
-No, no, no, no se vaya.
Las toallas están muy bien puestas ahí.
-¿Y los calcetines?
Mejor en este cajón.
-No, en ese cajón no, no, no, no, no, no.
-Ya está lleno.
¿Esto es lo que se ponen ahora las mujeres para sus maridos?
-Esto es moda.
-¿Moda dónde?
¿En la casa de citas?
-Madre.
-Perdona, hijo, perdona.
Es precioso, ¿eh?
-Sí.
-Y muy suave.
Aunque sea una cochinada.
-Guárdese uno de esos para su sobrino favorito.
-Ay, no sé yo, no sé yo, ¿eh?
Que has tardado mucho en venir a saludar.
Si me voy sin verte, a tu madre le da un ataque.
Pero, hijo, te estás quedando en los huesos.
-Es que aquí nadie prepara unas croquetas como las suyas y, claro, pues se acaba notando.
Pero, tía Concha, Pedro y yo tenemos mucho trabajo.
Y tenemos que hacer... eso.
-¿Eso?
-Eso.
-¿Eso?
-Eso.
-Ah, eso es.
¿Me puedes decir qué estás tramando?
-Don Emilio acaba de salir de su habitación.
-¿Y?
-Tenemos que aprovechar para colarnos en ella.
-Bueno.
¿Para qué?
¿Para qué?
-Para hacernos con la lista esa de cosas que quiere conseguir.
Elegimos una, se la conseguimos y nos perdonan.
-No, no, no.
Don Emilio está muy enfadado con nosotros.
Si nos metemos en su habitación, va a ser una mala idea.
Como nos pille, Don Emilio nos mata.
-Calla y vigila.
Bingo.
-¿Lo tienes?
-No, no, no.
Que Don Emilio tiene aquí cartones del bingo de Valverde.
Este hombre tiene una caja de esos.
-Céntrate, por favor.
Céntrate.
-Aquí, aquí, aquí.
-No puede ser.
Esto, esto es una lista para dos vidas.
Yo espero que se conforme solo con una, ¿eh?
"Ver la mona Lisa".
-Hombre, el cuñado de Maximiano trabaja en la casa de las fieras.
La Lisa nos asistirá, pero vamos, que todos los monos son hijos.
-Por favor, primo, por favor.
Probar una copa de Chateau La... Chateau La... -¿Eso qué es?
-Dios mío, vamos a necesitar una enciclopedia con este hombre, primo.
-No, no, no.
Algo habrá que le vamos a conseguir.
-Lo tengo.
"Retomar los bailes de salón".
-¿Retomar?
-¿Retomar?
Sal, sal, sal, sal, sal.
Has dejado todo bien, ¿verdad?
-Todo, todo en su sitio.
-¿Te imaginas a Don Emilio bailando?
-Pero, pero, ¿qué bailaba, vale?
O sea, te... -¿Todo bien?
-Don Emilio.
Sí, que le estaba explicando a mi madre... Bueno, a mi madre no le estaba explicando nada.
Le estaba diciendo... -No, a mi tía, que le tienen que pinchar... -Usted debería estar recogiendo el correo del día y usted en la zona de complementos.
-Sí, es que fíjese, se sabe el cuadrante de memoria.
Yo no he tenido... -No quiero oír una palabra más.
Soy su jefe.
Bueno, lo digo por si lo han olvidado.
-Nunca olvidamos eso, Don Emilio.
Si se refiere a lo que pasó el otro día... -Espera, una curiosidad.
¿Por qué para los infantes, por poner un ejemplo, el pito del sereno tiene más autoridad que yo?
¿Por qué?
-¿Le contesto esa pregunta?
-No hace falta.
Conozco la respuesta.
Cada uno a su puesto.
¡Ya!
-Está enfadado.
Está muy enfadado.
¿Tú crees que lo de las clases de baile va a ser suficiente?
-Seguro.
Bueno, eso espero, porque yo más de cinco duros no me gasto.
-Viene, viene, viene.
-Pero mira quién nos honra hoy con su presencia.
Si es el mismísimo Phillipe Ray, en carne y hueso.
Ay, perdón.
Que nadie debe saberlo.
No te preocupes.
La próxima vez tendré más cuidado.
-Basta, Cristina.
Ya has conseguido poner a Raúl en mi contra.
¿Qué más quieres?
-Raúl es mi amigo.
Creo que merece saber con qué clase de persona sin escrúpulos va a tener que trabajar.
-Creo que lo mejor para Velvet será que nos guardemos nuestros asuntos personales.
-Uy, lo mejor para Velvet.
¿Lo mejor para Velvet o lo mejor para ti?
Ana, eres una sinvergüenza.
Una convenida, vamos.
Lo que viene siendo una zorra.
-¿Todo bien?
-Raúl, menos mal que has venido.
Estaba a punto de... Esto está siendo muy difícil para mí.
-Me lo puedo imaginar.
Tengo que ir al taller.
Pero, cariño, ahora lo más importante es la cabeza.
Bien alta siempre.
Y no podrán contigo.
-Raúl, si no fuera por ti, no creo que pudiera soportarlo.
Gracias.
-¿Pero esto qué es?
¿Pero esto qué es?
Por favor.
Yo no puedo trabajar así.
Por favor.
¿Esto qué es?
¿Qué es esto?
¿Qué hace esto aquí?
¡Doña Blanca!
Esto es una vergüenza.
-Señor de la Riva, ¿se encuentra bien?
-¿Cómo que si me encuentro bien?
¿Usted cree que yo estoy bien?
Míreme, yo no estoy bien.
¿Usted cree que yo actuaría así si estuviera bien?
No estoy bien.
No me parece que esté bien porque fíjese en su alrededor.
Mire el taller cómo está.
Esto no es un taller.
Esto es un estercolero.
¿Qué hace esto aquí?
¿Esto qué hace aquí?
Vamos a ver.
Y todos los encargos amontonados aquí de cualquier manera.
Por ejemplo: ¿Qué hace esto aquí en mi mesa de trabajo?
¿Qué pinta esto en mi mesa de trabajo?
-Señor de la Riva, tranquilícese, por favor.
-No lo puedo entender.
Yo no puedo trabajar en un lugar así, con tanto caos.
Necesito un lugar para trabajar con armonía.
-Señor de la Riva, siento que haya encontrado el taller en este estado.
Reconozco que estamos un poco desbordadas.
-¿Un poco?
¿Un poco?
¿Un poco?
¿Dónde están los refuerzos?
-Es que desde que se fue Luisa estamos... -Claro, y tengo que hacerlo yo.
Se ha ido Luisa y tengo que hacerlo yo.
¿Qué quieren?
¿Que haga la corrección?
¿Que limpie el taller?
¿Que envíe los encargos?
¿Que recoja las telas?
No sé si quieren puedo peinarlas también.
Las puedo peinar también.
-No, no, señor de la Riva.
-Yo no puedo más.
No puedo más, doña Blanca.
No puedo más.
Necesito los refuerzos ya.
-Tiene usted razón.
Déjalo en mis manos.
Deme dos minutos, ¿de acuerdo?
Pepita.
-Sí, doña Blanca.
-Quiero que deje todo en orden.
El señor de la Riva necesita concentrarse.
Y ahora mismo voy a buscar refuerzos.
-Me parece muy bien.
-Don Emilio, ¿puedo hablar un momento con usted?
-Sí.
-Es por el puesto que Luisa Rivas dejó vacante en el taller.
He intentado aguantar el máximo de tiempo posible para ahorrarnos el sueldo.
Pero ahora que la nueva colección está a punto de arrancar, hay que contratar a alguien cuanto antes.
No está de acuerdo.
-Naturalmente.
Sí, sí, sí.
La irresponsabilidad de Esteban nos saca... -Don Emilio, por favor.
-¿Le va a seguir defendiendo después de todo?
-Reconozco que yo misma dudé de él.
Pero fue una falsa alarma.
-¿Qué fue eso tan importante para faltar a todas sus citas?
-Le aseguro que tenía una buena excusa.
-Siempre la tiene.
-Le surgió un problema personal.
Créame.
-Todos tenemos problemas personales, pero aquí estamos, cumpliendo con nuestra obligación.
-Don Emilio, el ritmo del taller no se ha resentido ni un solo minuto.
-Espero que sea consciente de lo que nos jugamos confiando de nuevo en él.
-Tanto como de que necesitamos una nueva modista.
Y ahora, si me disculpa, Esteban me espera en el taller.
Para el esmeralda usamos raso y seda.
Al mes sacamos unos 20 modelos.
-Con diez rollos será suficiente.
-Asegúrate, no des lugar a que nos quedemos cortos.
-Creo que deberíamos hablar.
-Tú dirás.
-Siento lo que sucedió.
No estuve a la altura de lo que se esperaba de mí.
-Esteban, llevo dando la cara por ti desde que volviste.
No puedo defenderte más ante don Emilio.
-Lo sé.
Por eso me siento aún peor.
Sé lo que significan estas galerías para ti.
No me perdonaría con un error mío de afectar a lo más mínimo.
Perdóname, por favor.
-No quiero que pidas perdón.
Quiero que hagas algo.
-Lo he intentado.
Pero Lucía es una chica difícil.
-Doy fe.
Nuestro primer encuentro no fue muy cordial, que digamos.
Pero tu obligación es hacer de ella una señorita.
Y por lo poco que pude ver, no lo estás consiguiendo.
-No sé cómo hacerlo.
La han echado de tres enterrados.
-Pues, entonces ya sabes que ese no es el camino.
Esteban, eres un buen hombre.
Puedes ser un buen padre.
-Nuestro primer enfado.
-Y nuestro primer beso de reconciliación.
Rita, ¿puede dejar esto en su sitio, por favor?
-Enseguida, doña Blanca.
Sí, aquí todo el mundo se lo pasa en grande menos yo.
Don Raúl, a los buenos días.
¿Y a usted qué mosca le ha picado?
-Pregúnteselo a tu amiga Ana.
A ella y a su novio.
Aunque imagino que esto tú ya lo sabrás.
Porque entre las chicas Velvet no tenéis secretos, ¿verdad?
-Espere, Don Raúl, yo se lo explico.
Ay, madre.
Ay, madre.
-Rita.
Rita, ¿dónde vas con esa cara?
-¿Por qué se ha liado?
¿Has visto a Ana?
-¿Qué pasa?
-Que Raúl se ha enterado de... -¡Mi madre!
-¡Ana!
-Ya lo sabes, ¿verdad?
Cristina me ha declarado la guerra y no tengo ni con qué defenderme.
-Nos tienes a nosotras.
-Gracias, lo sé.
Pero ni con eso va a ser suficiente, creo.
-Tienes que hablar con él.
Porque está claro que Cristina le ha contado su versión de la historia.
Y si no así habrás quedado tú como el mismo Diablo.
-Clara, que bastante tiene ya la pobre con lo que tiene.
-Que no, que no quiere ni hablar conmigo.
Me culpa de todo.
Teníais que haber visto cómo me miraba esta mañana.
-Ay, si es que parece que va a ser muy liberal y muy moderno y luego es igual de cerrado que todos.
-No digas eso.
Raúl es bueno y te quiere, pero necesita tiempo.
[golpes a la puerta] Adelante.
-Perdón.
¿Interrumpo?
-¿Qué va?
Si ya nos íbamos.
Venga, Clara, tira.
-No nos vayáis, por favor.
¿Cómo estás?
Me niego a pensar que el hombre más liberal de estas galerías se va a perder esta oportunidad por prejuicios.
-No son prejuicios, Alberto.
Cristina es su amiga y me culpa de todo, normal.
He estado trabajando tanto tiempo con él sin decirle nada.
-Hablaré con él, no te preocupes.
-No, déjame a mí.
-No, no quiero dejarte sola en esto.
-Pero es mejor que yo hable con él.
Déjame a mí.
-Las pastas no son aquí, pero no se preocupe, yo me encargo.
Gracias.
-Pastelería Miranda, qué nivel.
Son para mí.
-Aparta esas manos que son para Víctor.
-Ah, para el pinpollo.
Él sí que debería apartar sus manos.
-¿Qué dices?
-Nada, cosas mías.
Que si está muy verde se va a la calle y entra tu amigo José Luis.
-¿José Luis?
Uy, demasiado tarde, querido.
José Luis hoy tenía una entrevista en un bufete de abogados importantísima.
Pero no te preocupes, porque Víctor es encantador y lo está haciendo muy bien.
-Ya veo ya.
-¿Y esa cara?
-¿Qué le pasa a mi cara?
-Nada.
¿Qué te parece si esta noche tú y yo...?
¿Ves?
Esa cara ya me gusta un poco más.
Nos vemos esta noche en tu casa.
-En mi casa no.
-¿Cómo que no?
-No.
-Mira, Mateo, ya estoy harta de tus excusas.
¿Qué pasa?
-No pasa nada.
No pasa nada.
La casa está sin terminar y, bueno, quiero que esté perfecta.
Para ti.
Champán, fresas, todo lo que tú te mereces.
Yo me encargo.
Te lo llevo.
Tus pasteles.
-Que aprovechen.
Muchas gracias, don Mateo.
-Oye, una cosita.
Tú te estás haciendo amiguito de Clara, la secretaria, ¿no?
-Sí, bueno, me está ayudando mucho estos días.
-Ten cuidado con ella, no es de fiar.
-Parece un encanto.
-Te lo digo yo.
Créeme.
¿Doña Bárbara está en su despacho?
-Sí.
-Gracias.
-Pasas demasiado tiempo con la clase baja y se te están pegando los malos modales.
-Tú no conoces mis malos modos, pero creo que estás a punto de descubrirlos.
-En buena hora acepté ir a tu piso, Mateo.
¿Sabes?
No he conocido en mi vida a nadie más ingrato que tú.
-¿Ingrato?
¿Yo?
-Sí, tú.
Pero está bien, está bien, ya me voy a ir.
Solo necesito una noche más.
Eso es lo que querías escuchar, ¿no?
-No.
-¿No?
Quiero que te vayas ya, hoy, ahora mismo.
-Mateo, verás, la vida no es un camino de rosas.
Y menos para ti, un pobre hombre soltero que le oculta a su pobre, pobre novia que tiene como inquilinas a una pobre madre y su hija.
-Basta de chantajes.
-¿Chantajes?
-Sí.
-No, pero ¿qué chantajes?
No veas cosas donde no las hay.
Solo te estoy pidiendo un poquito de paciencia.
O te vas a volver loco ahora que solo me queda una noche.
-Doña Bárbara, el señor Alcocer está abajo.
-Dile que suba.
-Sí, sí, sí, doña Bárbara.
-Y ahora tengo que trabajar, así que si me permites... [se abre la puerta] ¿Una noche más?
Valentín Alcocer.
-Bárbara de Senillosa.
La última vez que nos vimos... -No me lo digas.
Fue hace seis años en vuestra maravillosa vivienda familiar en El Viso.
Me lo pasé tan bien.
-Era el funeral de mi padre.
-Cierto.
Cierto, pero estaba muy bien organizado.
-Gracias.
-¿Vamos?
Cristina está deseando conocerte.
Víctor, trae café para los tres.
Cristina, te presento a Valentín Alcocer.
Un placer conocerla, señora Otegui.
-El placer es mío.
-Había oído que Alberto Márquez tenía una bellísima esposa, pero no sabía que también formaba parte de la empresa.
-Desde hace poco, sí.
Siéntese, por favor.
-Sí, cómo no.
-Disculpe, ¿puedo ofrecerle un café, señor Alcocer?
-Me sienta fatal, gracias.
-¿Un té?
-No me gusta.
-¿Unas pastitas?
-Víctor, no seas pesadito.
Llévatelo todo.
-Gracias, Víctor.
-Gracias.
¿Y bien?
Ustedes dirán.
-Cristina y yo queremos diseñar una nueva colección de joyas.
-Será la primera colección en exclusiva para Velvet.
-Queremos que sea todo un triunfo, así que nos gustaría contar con el mejor proveedor.
-Gracias, me siento halagado.
Tienen experiencia en joyas, supongo.
-Claro.
Siempre llevamos una encima, ¿no?
-Puede que sea nuestra primera incursión en el mundo del diseño, pero le aseguro que tenemos criterio y buen gusto.
Y talento para conseguir que esta colección sea un éxito.
-Bueno, los negocios son algo más que buen gusto y talento, ¿no?
-Por supuesto.
Como sabrá, mi padre, mi marido, mi hermano son... -Que también es mi marido.
-Son hombres de negocios y estar rodeadas de los mejores es la mejor escuela.
-Oh, seguro, seguro, sí.
¿Qué tienen en mente?
-Pues habíamos pensado algo glamuroso y lujoso, muy lujoso.
Que la gente vea nuestras joyas y piense: "Guau, no es que la quiero, es que la necesito".
-Sí, y que a la vez sean discretas.
-Bueno, pero un poco excesivas, ¿no?
Que se vean.
-Que se vean, pero que no sean ostentosas.
Más bien algo elegante, fino, accesible.
-Bueno, accesible, accesible, depende de para quién.
Porque no queremos que nuestras joyas las lleve una modistilla venida más.
-Bueno, suena interesante, que duda cabe, pero creo que me han llamado en una fase un poco prematura.
-Queríamos hacerle partícipe desde el principio.
-Y yo que ustedes no pierdan el tiempo.
Tenemos los mejores precios porque solo apostamos por negocios sólidos que garantizan un volumen considerable de género y no parece el caso.
-Sí, tendrá un gran pedido.
Velvet va a volcarse con la colección de joyas como nunca antes lo había hecho.
-¿Ah, sí?
¿De qué inversión estamos hablando?
-Tendría que reunirme con el director.
-Sí, a lo mejor yo también tendría que haberlo hecho.
-Nosotras somos totalmente capaces.
-A ver, señoritas, quiero serles claro.
Sonaba todo muy bien, muy bien, estupendamente, pero les falta experiencia.
Y ese es un riesgo que no estamos dispuestos a asumir ahora mismo.
Cuando estén preparadas, llámenme.
-Valentín, espere, quizás si... -Lo tenemos todo bajo control, se lo aseguro.
-Sí, sí, no lo dudo.
Apostaré por Velvet cuando sean capaces de demostrarlo.
-Permítanos al menos que le acompañemos a la salida.
-Conozco el camino.
Muchas gracias por llamarme.
-¿Y ahora qué hacemos, Bárbara?
No podemos perder esta oportunidad.
-Uy, perdón.
-Disculpe.
¿Patricia?
Patricia Márquez.
Soy yo, Valentín.
Valentín Alcocer.
A ver, que nuestras madres tomaban el té en el club de campo.
-Sí, sí, claro.
Pensé que vivías en el extranjero.
-Bueno, sí.
Pasé unos años recorriendo los yacimientos de piedras preciosas de mi familia, pero... Pero bueno, ya veo que me sigues la pista, ¿eh?
-Sí.
-No, pero vamos, que ya no pienso viajar más.
Como en casa no se está en ningún sitio, ¿verdad?
-Benditas casas.
-Bueno, y benditas madres.
-Uy, sí, qué haríamos sin ellas.
¿Y qué haces aquí?
-Salgo de una reunión de negocios con Cristina Otegi y Bárbara de Senillosa.
Quieren que participe en su colección.
No te lo tomes a mal, pero sinceramente las veo bastante verdes.
-Pues, no deberías dejarte llevar por una primera impresión.
Porque son muy talentosas y muy válidas.
-¿Tú crees?
-No lo creo, estoy convencida.
No deberías perder un negocio así.
Porque además, si trabajases aquí, nos veríamos todos los días.
¿Te imaginas?
-Bueno, puede que haya sido un tanto precipitada mi decisión.
Bueno, además, yo no sabía que tú ibas a estar por aquí.
Y eso es un valor añadido, sin duda.
-Valentín, vas a ruborizarme.
Espero verte pronto.
-Yo también.
-Buenos días, Víctor.
Señorita Márquez.
-Me gustaría hablar con Cristina, es importante.
-Señorita Otegi, está aquí la señorita Márquez.
Quiere hablar con usted.
-Voy ahora mismo.
-Dile a esa marrana... -Patricia, qué sorpresa.
¿Cómo estás?
¿Qué querías?
-Como ya sé que está en marcha vuestro proyecto, venía a ver si necesitabais algo de mí.
¿Qué tal ha ido la reunión con Valentín?
-Como la seda.
-Cuánto me alegro.
-¿Querías algo más?
-No.
Venía a ver solo si podía ayudarlos con algo.
-No.
Está todo bien.
Muchas gracias.
Adiós, Patricia.
-Que tengáis un buen día.
-¿Cómo estás?
-Estoy bien, tranquilo.
-Muy bien.
Descansa.
Mañana será otro día.
-Hasta mañana.
-Mañana será otro día mejor.
¿Y sabes por qué será mejor?
-¿Por qué?
-Porque yo me habré librado de Bárbara para siempre.
-Si me dieran un céntimo cada vez que te oigo decir eso... -En serio, esta es la buena.
-Si me dieran un céntimo cada vez que te vengo a decir... -Pero ya está, ¿no?
No soy aquí el único que tiene problemas con las mujeres de su vida.
-Tenía que haber previsto que Cristina hablaría con Raúl.
Teníamos que habernos adelantado y contarle la verdad.
-No puedes adelantarte a cada paso que vaya a dar, Alberto.
Es solo el principio.
No me mires así.
¿O qué crees que iba a pasar cuando decidiste que le ibas a contar toda la verdad a Cristina?
-Supongo que no será fácil cerrar la caja de Pandora.
-No tienes por qué cerrarla.
Fuiste tú el que me convenciste de que tu amor lo puede todo.
Ahora hay que probarlo.
-Bueno, ahora resulta que eres un experto del amor.
-Por supuesto que sí, ¿lo dudas?
-"Miguel Serrano".
[se abre la puerta] -Perdón, eh... -No, no sabía que seguías aquí.
-Bueno, un empleado nunca debe irse antes que sus jefes.
-Bueno, hoy puedes hacer una excepción.
Vete a casa.
-Pues, esto ya se lo enseño mañana o... ¿Seguro?
¿No me necesitas para nada más?
-No.
No, no te preocupes.
Nos vemos mañana.
Víctor.
No le tengas en cuenta a Bárbara como te habló antes.
-Ah, no, no.
Sí, yo también insistí mucho.
Eso es de primero el secretario.
Ojalá todas fueran como usted, doña Cristina.
Todas las mujeres, quiero decir.
O sea, todas las jefas, no todas las mujeres.
O sea, que me refería a lo profesional, no a lo personal.
Que yo... ¿Una mujer también?
O sea, que... -Sí.
Lo he entendido.
-Que me encanta trabajar con usted.
-Hasta mañana.
-Hasta mañana.
¿Le cierro la puerta?
-Sí, gracias.
-Víctor.
¿Qué?
¿Ya te vas?
-Doña Cristina me ha dado permiso, sí.
-Uy, un día duro.
-Podría haber sido peor.
Y mejor, seguramente.
-Bueno, ya te irás acostumbrando a las rutinas.
-Y la nuestra es ir a tomar una copa después de trabajar.
Sobre todo si es tu primer día, en el Pausa.
-Eh... Claro, yo te lo agradezco, ¿eh?
Me encantaría, pero no sé si es muy apropiado.
-Oye, que yo tengo novio, ¿eh?
Y además, te conoce.
Que es don Mateo.
-¿Mateo?
¿Don Mateo el mismo?
-El mismo.
-Madre mía.
Yo qué cosa que no entiendo en esta empresa.
-Pues, por eso te tienes que venir conmigo, para saberlo todo.
Bueno, y porque Mateo me va a plantar.
Y va listo, si se cree que me voy a quedar en casa.
[golpes a la puerta] -¡Adelante!
-Perdón, don Emilio, ¿tiene un momento?
-Llaman a la puerta antes de entrar.
Me hablan educadamente.
Tengo un momento, pero no sé si concedérselo.
¿Qué están tramando?
-Primero queríamos disculparnos.
El otro día, cuando leímos su lista, se nos fue la mano.
-¿Usted sabe eso de que la confianza da asco?
-Por eso queríamos pedirle perdón e invitarle a cenar esta noche.
-¿A cenar?
-A cenar una cena riquísima.
Matanza de mi madre.
No irá usted solo.
Vendrá mi madre.
Nosotros... ¿Rita?
Rita.
Rita vendrá también.
-Y también le hemos preparado alguna que otra sorpresilla, ¿eh?
-¿Saben?
No me gustan las sorpresas.
Y viniendo de ustedes, lo siento mucho, pero no... -Don Emilio, no hay pero que valga.
Que hay matanza de mi suegra para parar un tren.
Y cuantos más seamos, pues, antes acabamos con ella.
Con la matanza, quiero decir.
-Mis saludos a doña Concha, pero de verdad, no... -No, no, no, don Emilio, perdone.
Que ya lo sé, sí que estos dos son unos cafres.
Y usted no tiene ganas nada más que de perderlos de vista.
Pero mírelos.
¡Ay, criaturitas!
No sabe cuánto le aprecian, de verdad.
Venga, anímese.
Si ya verá que lo vamos a pasar en grande.
-A las 09:00 en su cuarto, ¿les parece bien?
-¡Ahí está!
Está perfecto, muchas gracias, don Emilio.
No sabe cuántos agradezco.
Chus, chus, chus.
Muchas gracias.
Y lo siento por las confianzas de... Ana, tienes que venir conmigo esta noche.
-Ana, necesito tus medias nuevas.
-¿Os habéis puesto de acuerdo a las dos o qué?
A ver, tú primero, ¿qué quieres?
¿Dónde quieres que vaya?
-A cenar con Pedro, tu tío Jonás y mi suegra.
No puedo más, te necesito.
Y a ti también.
¿Para qué están las amigas, eh?
¿Para qué están las hermanas?
-Rita, sabes que hoy no es mi mejor día.
Y además, tengo que terminar todo esto para llevárselo a doña Aurorita, así que... -Rita, que no, que no voy a ir a cenar con doña Conchi.
Ya me libré de esa suegra como para tener que aguantarla ahora.
Y además, he quedado.
Ana... -Las medias en el armario.
-Gracias.
-Pero si ves a Mateo todos los días.
-¡Uy, Mateo!
He quedado con Víctor.
-¿Te vas a arreglar para salir con el secretario?
-No, me voy a arreglar para salir y punto.
-Ay, Clara, Clarita, que esto ya lo hemos vivido antes, que esto es como dicen los franceses: Un "déjà vi".
-Se dice déjà vu.
Y no sé de qué me estás hablando.
-Cuando empezaste con Mateo también te arreglabas mucho.
Mucho colorete y mucho carmín del bueno.
-¡Ay, que no!
Simplemente que Mateo está muy ocupado y este chico, pues... Está muy perdido.
-A ver si le vas a enseñar demasiado y se pierde más.
-Ay, de verdad, como sois, ¿eh?
Normal que una es ideal, porque si dependo de vosotras para animarme... -Ay, qué paciencia hay que tener.
-Anda, tú ármate de valor.
Te vas con doña Conchi a cenar.
-Bueno, bueno, bueno, bueno.
Es que no hay nada como cenar en familia, ¿verdad?
Y tenemos un miembro nuevo.
Ha sido un placer que esté con nosotros, don Emilio.
-Gracias.
-Tía, esto está tan bueno que tiene que ser pesado, ¿eh?
-Pues, don Emilio.
Parece un hombre muy religioso porque tiene el plato lleno.
-Es que ya es el segundo, señora.
El segundo.
-Ya.
Pues, acábese que no hay dos sin tres, ¿eh?
Y eso se pone malo.
-Doña Conchi, yo creo que don Emilio ya ha comido suficiente.
Si no quiere más, pues, no... -Ay, quita, quita, quita, quita.
Eso es lo que tú piensas.
Pero yo conozco bien a los hombres.
Estoy segura de que si le pongo otro plato, se lo acaba también.
¿Verdad, don Emilio?
-Hombre, si le obliga, ¿qué remedio le queda?
-No, qué obligación, ni qué obligación.
Se lo come porque quiere.
Igual que Pedrín.
Ay, si no fuera por mí.
Los cuchimizados que estaría el pobrecito mío.
-Pedro, Pedrín, aquí come muy bien.
Que nunca le ha faltado de nada, ¿verdad?
-No, no, no, no, claro.
Si no digo yo que, vamos, que contigo le falte algo.
Dios me libre.
Pero vamos, que como el amor de una madre, no hay nada.
¿Verdad, Pedrín?
-Dame el agua.
-No, no, mejor, mejor bebe vino.
Sí, seguro que usted le ha cuidado toda su vida muy bien.
Pero es que resulta que el pájaro abandonó el nido hace tiempo.
-Pedro será mi hijo toda la vida.
Espero que sea tu esposo también toda la vida, aunque no creo... -Bueno, bueno, bueno, perdone, señora, la... ¿Qué pasa con esa sorpresa que tenían para mí?
-Me encantan las sorpresas.
-A ver.
-Es... De Jonás y mío.
-"Academia de baile".
-Son solo tres palabras, pero... Sabíamos que le iba a hacer ilusión.
-Me han dejado sin palabras, efectivamente.
Una cosa es pensar, hacer las cosas, y otra cosa es hacerlas.
Para esto del baile estoy ya un poco mayor, ¿no?
-No, no, no.
-Don Emilio.
Mayor es el que piensa las cosas y no las hace.
Bueno, eso es lo que usted quería cambiar de su lista, ¿no?
-Va a ser cuestión de desempolvar los zapatos de baile.
-Así se habla, don Emilio.
-Ha sido un placer compartir todo esto con ustedes.
Habrá llegado el momento de marcharme, ¿eh?
-¿Pero cómo?
¿Se va ya?
Nos tomaremos una copita, ¿no?
-¿Copita?
-Bueno, digo yo que habrá algún lugar en estos madriles.
-No, no, no.
Yo no creo que sea buena idea salir ahora, no.
-Bueno, pues, un anís.
-Es que nosotros teníamos pensado ir al Pausa.
Mi hermana quería que conociera a ese nuevo secretario, así que... -Ya.
Bueno, pues... Nada.
Iros, iros.
Y ya se queda don Emilio haciéndome compañía.
Bueno, a mí y al anís.
-Pero es que no sale más.
Nos vamos.
Le debo unas cuantas, don Emilio.
-Bueno.
-Adiós, don Emilio.
-Adiós, adiós.
-Buenas noches.
-Chao, don Emilio.
-Buenas noches.
-Ya te había dicho yo que Bárbara era un bicho.
-Pero Cristina me ha tratado de maravilla.
Muy educada, muy atenta.
-Muy casada.
Porque lo sabías, ¿no?
-¿Que estaba casada?
-Sí.
-Claro.
¿Qué pensabas, que yo...?
-Sí.
-Por favor.
-Ay, Clara, dame eso, que yo lo necesito más que tú.
-Pero ¿qué hacéis vosotros aquí?
-Hola, Víctor.
-¿Ah, Víctor?
Víctor, yo soy, soy Pedro.
-Así que tú eres el famoso Pedro.
Que esta mañana me tenía que haber traído el correo.
No te preocupes.
Ya he informado a la señora Otegui de que su correo se va a retrasar.
Así que si te aplica un correctivo... -¿Cómo?
-Mira la cara que me ha puesto.
Perdóname, es que he venido con una cara que tenía que hacer la broma, lo siento.
-Sí, que tú se lo pones en bandeja, primo.
Yo soy Jonás.
-Sí, nos conocimos en la galería, Jonás.
-Sí, es verdad.
Te invito.
-Me encanta esa canción.
¿Bailamos?
-Sí.
-Oye, qué bien, ¿no?
Por fin estamos solos.
Que desde que ha llegado tu madre no hay forma.
Que yo estoy encantada, ¿eh?
Pero la verdad es que ella donde mejor está es en su casa.
-Bueno... -Porque ahí tiene sus cosas, Pedro.
Y además, porque tú y yo aún estamos en nuestra luna de miel, como quien dice.
-Que eso es verdad.
-Raúl.
Ahora vengo.
Señor de la Riva.
-Me marcho y ya no tomaré nada más.
-Y el señor tomará un Manhattan sin cereza, el marrasquino no le gusta.
-Muy bien.
Supongo que querrás hablarme de tu amiga.
Si quieres yo te hablo de la mía.
Mi amiga Cristina.
Con todo lo que hemos compartido juntos, Rita.
Todo ese tiempo habéis estado riendo de mí.
-Siento que se sienta así, pero de verdad no entiendo por qué está juzgando tan duramente a Ana sin conocer su historia.
Ella no es la otra.
-Rita, por favor.
-Rita, por favor, no.
La otra en esta historia es doña Cristina.
Usted mejor que nadie sabe lo que es ser víctima de los prejuicios.
Y aún así luchar por lo que quieres y por quién eres.
Cuando nadie en el mundo te entiende.
Y además, se empeñan en que no seas feliz.
Usted ha sido víctima de eso y ya está cayendo en la misma trampa.
¿No se da cuenta?
Espero que no me entienda mal y que, por favor, piense en lo que le he dicho.
Y... Con su permiso.
Buenas noches.
[golpes a la puerta] -¿Sí?
¿Quién es?
-Puedes decir que no a mis famosos espaguetis.
Pero no a mis bocadillos de calamares.
Si no recuerdo mal, te encantaba tomarte por los domingos conmigo.
-Me encantaba.
Y la compañía tampoco estaba nada mal.
-¿Cómo que la compañía no estaba mal?
-No te rías.
-Me encanta verte así, Ana.
Y más después de todo lo que hemos pasado.
Mira, yo sé que no va a ser fácil.
Pero estamos juntos.
Y juntos tú y yo podemos con todos.
-No sé cómo puedes estar tan seguro.
Raúl no quiere volver a trabajar conmigo.
Y Cristina no va a parar hasta hacernos la vida imposible.
-Raúl recapacitará y volverá con nosotros.
Cristina forma parte del pasado.
Y a mí lo único que me importa es el futuro.
Tú eres el futuro, Ana.
-Cristina.
Tanto tiempo.
-Miguel, ¿cómo estás?
-Muy bien, muy bien.
¿Y tú?
-Bien.
Aquí, tomando un vino.
-Hace tiempo que no venía por aquí.
Me alegra mucho que te decidieras a llamarme.
-¿Y Angélica cómo está?
-¿Angélica?
Cristina, ahora mismo Angélica te importa tanto como a mí Alberto.
¿Por qué no nos vamos de aquí?
-Mejor no.
¿Por qué no pedimos otra ronda?
-De acuerdo.
Pero esta vez una seria.
Dos whiskys.
Te juro que a veces me dan ganas de cerrar la consulta y meterme en un circo.
-¿En un circo?
-Sí, al menos vería mundo.
-¿Y para qué va a querer un circo un dentista en sus filas?
-¿Cómo?
¿Tú sabes el trabajo que tendría con los elefantes?
-Por favor.
-No, no, no, por favor.
No pidas otra ronda.
Que si no, mañana no me voy a acordar de nada.
Y sería una pena.
Porque he reservado una habitación carísima.
-Miguel, perdóname, pero yo estoy pasando un... -Ya lo sé, Cris.
Bárbara me dijo que estabais pasando por un momento difícil.
-Así es.
-Cristina, nadie tiene por qué enterarse.
Yo soy el primer interesado.
-Lo siento, pero para hacer algo así necesito estar segura.
Mejor me voy.
-Como quieras.
Pero si te decides... Yo no tengo prisa.
-Muy rico este anís.
No es como el Chinchón, pero está rico.
-Anisette de Porrillos.
Un vaso al día resucita un muerto.
-No, no le digo que no.
Pero más de dos a ciertas edades no es aconsejable.
-Pero si está hecho un mozo.
Si no fuera por las canas, yo le calcularía 30 años.
-Le voy a decir la verdad.
La mitad de las canas me salieron cuando conocí a su hijo.
Y el resto cuando conocí a su sobrino.
-Estos chicos que se creen que nosotros estamos para el arrastre.
Y todavía tenemos mucha guerra que dar.
-Bueno, doña Concha, ahora sí ha llegado el momento de volver a la habitación.
-Ah, pues me calzo y lo acompaño.
-No, no, no, no.
Está al fondo del pasillo.
-Mejor, más intimidad.
-Hágame caso, doña Concha.
Quédese.
Pedro y Rita estarán a punto de volver.
Gracias por todo.
Buenas noches.
-Buenas noches.
-¿Jonás?
-Señorita Patricia.
La puerta estaba... Yo no he visto nada.
-¿Ah, no?
¿Y si hago esto?
¿Ves algo ahora?
-Jonás.
-Ay, señorita Patricia.
-¿Jonás?
Jonás.
¡Primo!
Por favor.
¿Tú sabes el escándalo que estás montando?
Que has tenido una pesadilla, ¿no?
-Sí, sí, una pesadilla.
-Toma, vístete.
Anda, que vas a llegar tarde.
Que ahora que estamos muy bien con Don Emilio no lo vayamos a atropellar.
-Sí, sí.
No, no, no, no, no, no.
-Pues, mi suegra se pasó toda la noche tonteando con don Emilio como si fuera una adolescente.
-Pues, claro, porque la mujer está sola en el pueblo y quiere algo de compañía.
Y de jarana también.
-¡Ay, qué horror!
Quita, quita, que me muero.
¿Y tú no dices nada, hija?
Que es tu tío y se lo quieren beneficiar.
-No puedo parar de pensar en lo de Raúl.
-Bueno, pues, igual hoy lo consigues porque anoche estaba en el Pausa y hablé con él.
-¿Y qué te dijo?
-A ver, no te hagas muchas ilusiones, pero le eché un buen rapapolvo.
-A ver, a ver, espera.
Cuéntamelo.
-¿Hola?
¿Hola?
¿Hay alguien?
¡Sí!
Sí, sí, sí, sí, sí.
-Espera que te pongo un poquito de música romántica.
Lo digo para que evites seguir haciendo el ridículo.
-¿Se puede saber qué es lo que estás haciendo aquí?
-Pues no te lo vas a creer, pero Ramira se ha ido.
El servicio está fatal.
Últimamente te dejan plantado a la primera de cambio.
-Sí, me puedo hacer una idea.
¿No habíamos quedado en que hoy te largabas de aquí?
-Sí, y esa era mi intención, pero sin Ramira... ¿Qué es lo que voy a hacer con Lourditas?
-Mira, ¿me estás diciendo que no puedes firmar con una niña en un carro?
Esas cosas las hacen las madres, Bárbara.
-Mateo, cuidar de un bebé es mucho más que eso.
¿O quieres quedarte tú con Lourditas para comprobarlo?
-Venga.
-¿Cómo?
-Que sí, que sí, que sí.
Que yo me quedo con Lourditas.
Que sí.
En peores plazas he toreado.
Mira.
-Muy bien.
-¿Muy bien?
Pues, muy bien.
-Bien.
-Muy bien.
-Pues a lo mejor tengo que hacer más recados.
-Tómate tu tiempo.
Eso sí, la próxima vez que entres por la puerta es para coger a la niña y largarte de aquí.
-Para siempre.
-¡Que lo coja Alberto!
¡Que lo coja Alberto!
-Galerías Velvet, buenos días.
-¡Clarita!
¡Preciosa, soy yo!
-¡Mateo!
-O lo que queda de mí.
Quería avisar a Alberto para decirle que hoy no voy a poder ir.
¿Se lo puedes decir?
-Sí, claro, cuenta con ello.
Pero, pobrecito, cuídate.
Si quieres, luego me paso por tu casa.
-No, no, no, no, no, no, no.
De verdad, creo que es contagioso muchísimo.
No quiero que enfermes por mi culpa.
¿Avisarás a Alberto?
-Sí, claro.
Muy bien, un beso, cielo.
-Oye, te llamo luego, que me has dejado un poco preocupada.
-Raúl, has venido.
-He venido por unos bocetos que me olvidé.
No te hagas ilusiones.
-Pensé que... -Yo también pensé que... Pensé que... Ana, yo también.
Pero la vida es dura.
Todos nos llevamos excepciones, así que aprende a vivir con ello.
-¿Vas a seguir con esas?
¿Te vas a ir así, sin más?
-¿Por qué te preocupa tanto que trabaje desde mi casa?
Si tú ya eres una grande de la moda.
Puedes arreglártelas perfectamente solita.
Además, creo que hasta ahora te ha ido muy bien así.
-Raúl de la Riva.
Tenemos que sacar una colección conjunta.
Crear un concepto en común, los dos, tú y yo.
-¿Tú y yo?
Tu traición borró de un plumazo el tú y yo.
Ya no hay más tú y yo.
Ahora hay alguien y yo.
-Mi traición a ti.
Entiendo que te pongas del lado de Cristina.
Es tu amiga.
¿Quieres que no seamos amigos más allá de este taller?
Perfecto.
Pero tenemos que crear la mejor colección que podamos.
Porque a ti te interesa tanto como a mí.
-Falda plisada para la noche.
Ni se te ocurra.
-No pliegues.
-Buenos días, Clara.
-Buenos días.
Disculpe, don Alberto.
¿Podría luego ausentarme?
-¿Algún problema?
-Mateo está enfermo y me ha dicho que no hace falta, pero me gustaría pasarme por su casa.
-¿Por su casa?
No, no, mejor voy yo.
-¿Por qué?
-Bueno, ya sabes lo orgulloso que es.
No va a querer que tú le veas enfermo.
-Bueno, pues, si insiste, pero cuide bien de él.
-Déjalo en mi despacho.
Buenos días, Gregorio.
-Buenos días.
-Caballeros.
Buenos días.
-Alberto.
-Esteban.
¿Cómo estás?
¿Teníamos alguna reunión?
-No, no, quería hablar contigo un tema personal.
Me dijo doña Blanca hace un tiempo que había quedado libre una plaza en el taller.
-Sí, la plaza de Luisa Rivas.
-Verás, es que mi hija, tu prima, Lucía, está en Madrid y creo que le vendría bien ponerse a trabajar.
-¿Lucía?
¿Y ella querrá trabajar aquí?
-Me temo que no le queda más remedio, siempre que a ti te parezca bien.
-Este es un negocio familiar, Esteban, y vosotros formáis parte de la familia.
Cuenta con ello.
Que empiece mañana.
-Muchas gracias.
Gracias, de verdad.
-¿Pero qué haces ahí?
¿Qué es esto?
-Tenías toda la razón.
Lucía necesita un padre que tome las riendas.
Le he conseguido un trabajo.
-Muy buena idea.
Esa cría necesita disciplina y algo de mano dura.
-Exacto.
Y tú me vas a ayudar a imponérsela.
Vas a ser su jefa.
-¿Yo?
-He hablado con Alberto.
A partir de mañana será tu modista.
-Vamos a ver, Esteban.
Eres tú quien tiene que hacer entrar en vereda a Lucía.
Es responsabilidad tuya.
-Me dijiste que era una buena idea.
-Sí, pero no aquí conmigo.
Pero ¿no te das cuenta de que eso puede complicar las cosas aún más entre nosotras?
Voy a tener que ser muy dura con ella.
-Justo lo que ella necesita.
-No sé, es que hay algo de él que no me gusta.
Porque un hombre hombre jamás sería secretario.
Es como poco varonil, ¿no crees?
-Pues, yo pienso que un hombre precisamente tiene la confianza suficiente para hacer lo que quiera.
Eso por no hablar de que la mayoría de los hombres hombres que tú dices pensarían lo mismo de que nosotras seamos empresarias.
-Lo que tú digas.
Oye, ¿qué tal fue la cita ayer?
¿Qué?
¿Qué hiciste?
-Nada.
-¿Nada?
-Nada.
-Cristina, el tiempo apremia.
-Que ya lo sé, Bárbara, pero es que no me veo.
-Dime que de esta noche no pasa.
A ver, ese secretario que tarda tres horas en traer el café.
Valentín.
-Señor Alcocer.
Disculpe a Bárbara, estábamos esperando a otra persona.
-Nada, me imagino.
Ya saben que no me gusta el café.
-Pase, por favor.
Siéntese.
Qué sorpresa.
¿A qué se debe esta visita?
-Venía a hacerles una propuesta.
-La aceptamos.
-A ver.
Creo que en la reunión anterior causé una impresión equivocada.
No es que no me interese su propuesta.
Abrir una línea de colaboración con Velvet es sumamente interesante.
Es solo que creo que les falta alguien con más experiencia.
-¿Alguien de su equipo?
-No, por Dios, no.
Por qué iba a imponer yo a alguien de mi equipo habiendo gente tan estupenda en Velvet.
¿Verdad?
Sin ir más lejos.
Patricia Márquez.
-¿Cómo?
-Que, bueno, la señorita Márquez se ha criado en estas galerías.
Lo lleva en la sangre.
¿Verdad?
Pero bueno, es, es únicamente una propuesta.
Es solo que a la hora de incorporarme yo veo aquí, bueno, una vía interesante.
Bueno, piénsenselo.
-Sí, por supuesto, sí.
Lo pensaremos.
-Vale.
-Le acompaño.
-Sí, gracias.
-Valentín, no sabía que vendrías.
Déjame que te acompañe al ascensor.
-Ah, bueno.
-No.
No, no, no y mil veces no, Cristina.
-Bárbara, no firmará si Patricia no está de nuestro lado.
-Y yo no pienso trabajar con esa ramera.
-¿Hablabais de mí?
Valentín me ha dicho que queríais verme.
-Cuéntanos, ¿qué es lo que has hecho para convencerle?
Ay, qué pregunta tan absurda.
¿Cuántas veces se lo has hecho?
-No tengo ni idea de lo que está diciendo esta tarada.
-Valentín Alcocer firmará solo si tú estás con nosotras en el proyecto de las joyas.
-Uy.
Pues, parece que me necesitáis.
Mi día mejora por momentos.
-La oferta expira hoy mismo.
-¿A qué hora?
No me gustaría tomar una decisión precipitada.
-Ahora piensas.
Ya era hora de que utilizaras la cabeza para algo más que para el tinte.
-Patricia, no pongas a prueba mi paciencia.
-De acuerdo.
Pero con condiciones.
No aceptaré órdenes de nadie, trabajaremos juntas y tomaremos las decisiones juntas.
-Yo tengo la última palabra.
Eso no se negocia.
-De acuerdo.
Tendré mi propio despacho.
-Solo hay dos.
-Pues, entonces habrá que compartirlo.
-Ni lo pienses.
-¿Algo más?
-Quiero que Bárbara me lo pida.
-Creo que te estás pasando, Patricia.
-Pues, nada.
Una lástima.
-Patricia.
-¿Sí?
-¿Te gustaría formar parte de nuestro proyecto de joyas?
-Me encantaría.
-Pero duérmete, por Dios.
Duérmete.
Duérmete ya.
Nunca, nunca en mi vida me ha costado tanto contentar a una mujer.
Nunca.
No, no.
No me mires así.
No.
No, no tengo caca, no tengo sed, no tengo hambre.
Pero ¿qué es lo que quieres, por Dios?
¿Qué es lo que quieres?
[timbre] Sí, venga.
Venga.
Sí, va. -Pero ¿qué pasa?
-¿Qué es lo que pasa?
Que estoy a punto de convertirme en Herodes.
Eso es lo que pasa.
-¿Cuántas veces va al baño esta niña, por Dios?
-Bueno, la mitad se los puse para practicar.
¿Por qué nadie te explica que necesitas una ingeniería para poder colocar un pañal?
-Ya me olía yo algo, ya.
Por cierto, Clara estaba a punto de venir.
-¿No la has dejado?
-No, no.
Ese fuego está apagado.
De momento.
-Alberto, toma.
No puedo más.
-No, no, no.
Mateo.
Mateo.
Mateo.
Yo acabo de solucionar lo de arriba.
Vámonos a celebrarlo, va. -¿Qué celebrarlo?
¿Qué dices?
¿Qué celebrarlo?
Aguántala.
¿Qué celebrarlo?
Estoy yo para celebrar.
-Mateo.
-Mírale la cara.
Parece un monstruo, por favor.
No va por ti, cariño.
De verdad, perdóname.
No va por ti.
-No le digas eso.
-Llorar, biberón, pañal.
Vómito, llorar, biberón, pañal.
No tengo biberones, no tengo pañales.
No tengo nada.
Le he puesto una camisa de las mías.
¿Sabes cuánto vale esta camisa?
-Bueno, bueno.
Tranquilo.
Bueno, somos dos hombres hechos y derechos.
No puede ser tan difícil, ¿no?
Parece que tenemos un regalo.
-Otra vez.
¿Pero qué es eso que le ha de comer a esta niña, por favor?
Ahí no.
Me ha costado un dineral.
-Confía en mí, por favor.
Cogedla.
Venga, va. ¿Por dónde empezamos?
-Cuidado.
-Por aquí.
Ven.
¿Lo ves?
Mira, si era que le apretaba así.
-Le apretaban los cólicos o algo así.
-Le apretaban los cólicos.
No, no, no, no, no, no, no.
Sácala, sácala, sácala, sácala.
No, no, no.
Aquí, aquí.
No, no, no, no, no.
Ay, ay, ay.
¡Hombre!
-A ver, a ver, a ver.
¿Cómo?
Tras, tras.
-¡Tengo que cambiarla!
¡Tengo que cambiarla!
-Madre mía.
Porque tengo prisa, que si no, yo te haría... -¿No te puedo esperar diez minutillos?
-¿Diez minutos?
-Sí.
-Una salita rubia.
-Buenas.
-¡Madre!
¡Madre!
La puerta, la puerta está para llamar.
-No te pongas melindroso, ¿eh?
Que no hay nada aquí que no haya visto yo mil veces.
Vengo del médico.
Quería contaros que todo ha ido muy bien.
No me ha dolido nada.
-Lástima.
Que haya tenido que ir sola, digo.
¿Y cuándo le dan los análisis, doña Conchi?
-Pues mañana.
Mañana me dan los resultados.
-Mira qué bien.
-¿Qué haces, chica?
-Preparar la maleta.
Si mañana se marcha, pues habrá que dejarlo todo listo cuanto antes.
Que luego, con las prisas, siempre se acaba uno olvidando de algo.
-Mujer, qué prisas, ¿eh?
Cualquiera diría que quieres que me vaya.
-Si cuanto antes salga, antes llega al pueblo.
A que digo yo que tendrá que cuidar de esas gallinas y cuidar de ese huerto.
-Rita, Rita.
Madre, se puede quedar el tiempo que haga falta.
Esta es su casa.
-Muchas gracias, hijo.
Me voy a orinar.
-Rita.
Si no te conociera, diría que no quieres que esté aquí.
-A ver, que tu madre es tu madre, pero también es muy... Que nos descoloca las cosas, Pedro.
Y además, a mí me habla de una forma que no es como te habla a ti, vaya.
-Pero porque soy su niño.
-Ya, ya.
Un niño pequeño.
Pero está descontrolada.
Y además, hay una cosa que no está bien, Pedro.
Que le está tirando los tejos a don Emilio.
-Don Emilio.
Me tengo que ir, me tengo que ir.
-¿A dónde van ustedes?
-¿Y usted?
-A las clases de baile.
-Perfecto.
Le acompañamos.
-No, no.
Puedo ir solo.
-No, no, no.
Que vamos con usted a las clases.
-¿Me están tomando el pelo?
-Es la segunda parte de nuestra sorpresa.
-¿Qué pensaba?
¿Que le íbamos a dejar ir solo para que pase vergüenza?
-Ya veo qué bien lo vamos a pasar, don Emilio.
[timbre de teléfono] -¿Ah?
-Hola, mi amor.
¿Cómo estás?
-Eh, Clara.
Perdona, cariño.
Espera, es que estoy en cama.
Espera, perdóname.
Es que no te estoy oyendo.
-¿Qué es eso que suena?
¿Es el llanto de un bebé?
-No, no, no.
Para nada.
Soy yo, que soy muy mal enfermo.
Ya sabes cómo soy, que me quejo por todo.
-Pobrecito.
Tú estás fatal y yo aquí interrogándote.
Pues mira, cuando salga, me pase y te llevo un caldito.
Y si me tienes que pegar algo, pues me lo pegas.
-No, de verdad, cariño, que no, que no.
Que, que, que vas a venir y te lo voy a pegar y no quiero.
De verdad, no quiero.
-Mateo, ¿seguro que todo bien?
-Soy un chico fuerte y sobreviviré.
-¿Ves?
Es que suena otra vez.
-Nada, nada, nada, nada.
Sí.
Mua, mua, mua.
-¿Mateo?
-Hola.
Vamos, Lourditas, hija.
Nos vamos a nuestra nueva casa.
-No tan rápido.
¿Quieres a la niña?
-Gracias por todo, Mateo.
Has sido el peor anfitrión que he tenido y tendré jamás.
Vamos, mi amor.
-Cuidado, que se acaba de quedar tranquilita.
-Hasta nunca, Bárbara.
Adiós, princesa.
-Hasta mañana en las galerías, Mateo.
Ah, por cierto, esta mañana se ha roto la caldera, no tengo ni idea de lo que ha podido pasar.
Chao, chao.
-Yo me encargo.
Tranquilo.
Chao, chao.
-Te llamo desde mi nueva casa.
-Enhorabuena.
-Enhorabuena.
Tendrías que ver cómo está todo esto lleno de cajas.
Te pediría que vinieras a ayudarme, pero tienes algo más importante que hacer.
-¿Qué necesitas?
-Que te quedes encinta, pánfila.
Tenías que haber visto a Alberto con Lourditas.
Es la única oportunidad que tienes de recuperarle.
-Ya lo sé, Bárbara, lo sé, pero no es tan fácil.
-Llama Miguel.
Es imposible que encuentres a nadie mejor.
¿Cristina?
-Puede que tenga una opción mejor.
Hasta mañana, Bárbara.
-Perdón, aquí le dejo los catálogos que me pidió.
¿Todo bien?
¿Necesita algo más?
-Creo que sí.
-Doña Cristina.
¿Puedo tutearte?
-¡En Madrid!
¡Que viene a vernos!
¿Cuándo?
¿Cuándo?
¡La mañana viene!
-La Luisa.
-¿Mi Luisa?
¡Luisa Rivas, por favor!
¿Para cuándo es su próximo sencillo?
-He oído que Velvet pretende hacer negocios con los Alcocer.
Averigua de qué se trata.
-¡Valentín!
¡Valentín!
-Lo de anoche nunca tuvo que haber pasado.
Si ves que no puedes llevar a cabo tus obligaciones, lo mejor es que te vayas.
-Pero doña Cristina... -Que te vayas.
-Doña Cristina... -¡Que te vayas, Víctor!
-Mira, Pedro, que será tu madre, pero no la aguanto más.
Que ni sé dónde tengo las bragas.
-Bueno, está neta de las suyas.
-Me vas a hacer trabajar como si fuese una criada.
-Vas a trabajar de modista.
-Les presento a Lucía Márquez.
Rita, usted se hará cargo de ella.
-Menuda maestra.
-Viene a ocupar la plaza de Luisa Rivas.
-¡Luisa Rivas, por favor!
¿Qué hay de cierto en los rumores que le unen a su representante?
-He dicho que ahora no.
-¿Os dais cuenta de que a lo mejor es la última vez que estamos las cuatro así?
-Lo que necesitamos es recuperar el dinero que invertimos en nada.
Necesitamos dinero para la próxima colección.
-Estoy en ello.
-¿Ah, sí?
-Tengo una idea.
Si gano yo, recupero todo mi dinero.
-¿Y si pierde?
-Usted se queda con Velvet.
Yo estoy dispuesto.
¿Y usted?
Support for PBS provided by: